Hace
unos días llegó a mis manos el libro Solaris,
de Stanislaw Lem. O tal vez sería mejor comenzar así: “hace unos días,
luego de más de siete meses de navegación estelar, aterricé en Solaris. Me
hospedé en una estación de investigación semidesierta, la única en el planeta,
y, aún hoy, no sé si estuve a punto de enloquecer o si en realidad fui víctima
de la locura”.
Solaris
es un texto de ciencia ficción que habla sobre la condición humana (como casi
todos los textos de ciencia ficción). La diferencia es que la mayoría de los
autores de este género abordan dicha condición presentando una realidad
completamente mecanizada y deshumanizada, donde las personas resultan ser el
complemento humano de un aparato social indignante que ha sucumbido a la
comodidad de un sistema y de un orden establecido. Sin embargo, lo hace de
forma demasiado directa, y en el tono de
la narración se percibe la intención del autor de matizar ciertos elementos,
ciertos temas.
Solaris, sin
embargo, aborda la condición humana desde un plano más amplio: el plano de sus limitaciones,
dejando a un lado su involución. Y lo hace con pleno conocimiento de cuáles son
esas limitantes, especialmente en el ámbito científico. Además, la sutileza de
la narración hace que uno sea únicamente el testigo de una historia
desarrollada en el futuro. Un futuro indeterminado del que no sabemos nada más
que es lo suficientemente remoto para distanciarse del presente de forma que
los acontecimientos se desarrollen.
En
Crónicas marcianas, de Ray Bradbury,
el parecido de los pobladores del planeta rojo con los seres humanos es
estremecedor. Los marcianos de Bradbury pueden imitar la fisiología de los
familiares de los visitantes terrestres, e incluso, reproducir escenarios por
medio de una lectura psíquica a la que los astronautas son sometidos. Sin
embargo, tienen una concepción –si no similar, al menos unidimensional- del
significado de civilización y de inteligencia.
El
planteamiento de Lem es simple en el sentido fáctico: existe una forma de vida
en un rincón muy lejano del universo. Esta vida es del conocimiento de los
seres humanos, pero a pesar de la enorme cantidad de intentos que los
habitantes de la tierra han hecho por alcanzar el contacto con ella, no se ha
obtenido alguna respuesta. El nivel de comprensión del universo que los humanos
tienen es tan limitado que no logra concebir que se trata de una forma de vida
mucho más inteligente que ellos. Tanto que es capaz de sintetizar seres
vivientes a nivel experimental. Pero que no utiliza todo este conocimiento con
fines prácticos, ni siquiera se sabe si tiene, para él, algún fin específico.
Las dimensiones de este conocimiento son, simplemente, imposibles de esbozar.
Así, se plantea de forma confusa la hipótesis de inteligencia sin conciencia,
sin voluntad. Y toda la construcción del conocimiento humano se ve reducida a
un nivel teórico similar al corpus teórico de las cosmogonías religiosas: hay
profetas, profecías, esperanza y todo eso.
No
podría decir más en esta reseña que lo que ya dice el prólogo de Solaris, del autor polaco Stanislaw Lem,
a quien conocía por un texto no literario titulado Provocación. La edición que leí es la primera traducción que se
hace directamente del polaco al español (a pesar de que la obra fue escrita en
1961). Esfuerzo protagonizado por Impedimenta, editorial que recientemente
tradujo Vacío perfecto, también de
Lem.
Carlos
Gonzales
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