Al descender del
avión un bus espera para hacer el cambio de era. De la cómoda estancia del aire
acondicionado y un asiento de avión, a un bus con temperatura adecuada para
cocimiento lento. Un horno con llantas, una lata de sardinas móvil. Al
descender del bus nos movilizamos hacia el edificio de la terminal. Nuevamente
con aire acondicionado acompañado del golpe térmico sobre el sudor.
Me cuentan que
antes era una barraca en donde se aglutinaban todos los viajantes esperando la
señal de avanzar del agente de migración. Una mano se alzaba de las cabinas
para sugerir que el próximo en la línea se acercara. Pregunté a mi interlocutor
sobre el recuerdo o la imagen que guardaba de la anterior terminal, contestó
que era vívido el olor, más que la imagen. Se respiraba transpiración,
secreciones que taladraban el cerebro.
Luego de tomar
las maletas nos esperaban dos personas para llevarnos al lugar de trabajo.
Según me contaron el lugar por donde salimos era parte de la nueva terminal.
Antes se salía por un corredor cubierto para proteger el sol y la lluvia, pero
no protegía de los tirones y empujones. Había que salir a paso ligero, sin
soltar las maletas. Podría ser la última vez que las vieras si no te asías a
ellas con fuerza. Muchos de los transportes usados por extranjeros y personas
con buena posición son blindados. Para un mortal como yo, el uso de un carro de
este calibre y viajar con escoltas fue raro. No cargar maletas, esperar a que
te abran la puerta, no caminar primero, esperar a que revisen los ambientes en
los que entrarás hasta que sean revisados, servicio, atención y reprimenda. Tu
vida está en las manos de ellos.
Ya en el
vehículo el trayecto hasta el hotel estuvo lleno de imágenes. Recordarme de
Haití y tratar de describirlo me es difícil, me brotan las imágenes y no las
palabras. Quizá frases aisladas para describir las imágenes. Las imágenes no me
hablaron, gritaban y siguen chillando, vociferando sus verdades y dando
alaridos a mi cerebro. Quizá por eso me es difícil escribir, entraron a mi razón
por las retinas estridentemente, sin pedir permiso, azoradas y sin orientación
específica. Se aglutinaron desordenadamente en mi corteza.
Drenajes a flor
de tierra, irrespeto por la vida, desorden social, rejas, reductos, ripio y
rimeros de basura; literales ríos de basura. Carros de policía en medio de la
cinta asfáltica como garita policial, carpas, cartones, plásticos y ventas
callejeras. Volcanes de ropa usada, ventas de números de lotería, televisiones
apiladas en la calle y gritos de gol. UN por aquí, USAID por allá. Ventas
clandestinas de gasolina con agua y aceite de motor en corredores de muerte y
pobreza. Apagones y plantas generadoras de emergencia funcionando sordamente.
Tacones femeninos sobre charcos de agua, inquilinos de la esperanza tomando el
fresco afuera de las casas. Cascos azules y cabelleras negras e infantiles con
colitas blancas listas para la escuela. Picops con carrocerías chirrionas,
multicolores y alusivas a Jesús. Elotes cocidos al carbón, puestos de menudeo
comercial, ventas ambulantes de refrescos y agua purificada, barberías con
puertas abiertas y mujeres de la tercera edad en camisones. Edificios débiles,
parchados y apuntalados. Láminas como cercos de ruinas. Pintas bramantes, leyendas
de desprecio y encomio; Aba Preval, viv
Aristide, Aba Lokupasyon, viv sesalin. Grafitis de Michel Jacson, Obama,
Mandela y Bob Marley. Cuadros al óleo de criollos pintores.
Los animales de proyecto, los extranjeros
trabajadores allá, confiesan no tener dificultades para conseguir compañía, un
almuerzo, cinco dólares o una prenda de ropa. Sin embargo los más temerosos del
mal del siglo prefirieren compañía segura,
libre de toda culpa. Pero un pájaro que vuele por esas alturas pediría un viaje
a Miami de entrada. Con suerte habrá alguna oenegera
desesperada, fuera de eso el terreno no es seguro. Nada es seguro.
Me atreví a
preguntar porqué Haití está como está. Las teorías son muchas, las
coincidencias dos:
Los franceses
son tan franceses y heredaron ese estatus. El haitiano que se supera se
afrancesa. Se desprecia así mismo y los demás. Se aparta. Sube y vive en las
colinas.
Si hay un
problema entre tres haitianos, los gritos y maldiciones se oirán. Uno se
cansará de la perorata y se retirará y ganará el pleito entre los dos restantes
quien mate primero al otro.
Merci Jesus.
Enrique Soria
¿Es retrato de Haití o repetición de los muchos que vivimos en mi Guate querida? Puerto Barrios, Escuintla, Flores...
ResponderEliminarTambién acá los españoles se españolizaron y se superaron aún más, igual que los alemanes, y los nativos se volvieron contra los propios nativos y se tornaron discriminadores de sus iguales y humilladores y explotadores y dadores de la espalda y piszteadores; igual que en Haití, se apropiaron hasta de lo indebido y hasta de las conciencias y hasta los panegíricos fueron clandestinizados para su propio narcisismo, se los llevaron para sí mismos y para ensalzar las inventadas dotes de sus, a su vez, iguales y trocarlos en libres...
Me gustó su artículo, hijísimo.